Me dirigí al puente, pues no tenía nada que hacer. Ya estaba atardeciendo, y los últimos rayos del sol cubrían las torres de Hogwarts y los terrenos. Me apoyé con los codos en la barandilla, intentando acomodarme para relajarme. Levanté el rostro, mirando directa al sol. Comencé a ver manchas de colores, pensando en lo idiota que era. Seguidamente, dirigí la mano a mi pelo. Me gustaba mi cabello, me gustaba su tacto, adorada tocarlo. Tanteé con los dedos un mechón, mientras mi mirada, que se recuperaba de la ceguera, se perdía en el horizonte.